lunes, 18 de noviembre de 2013

Tigre (Entreríos, Argentina)

Tiger! Tiger! burning bright
In the forests of the night,
What immortal hand or eye
Could frame thy fearful symmetry?
(W. Blake)

Tigre se superpone como antítesis a Buenos Aires. Es la argentina de pueblo y selva, limítrofe con la metrópolis.
Tigre me hace querer encontrar una forma de expresión que hibride la poética y lo descriptivo, porque no quiero dejar de decir ninguna de las mil cosas que pueden decirse sobre Tigre.
Las personas en Tigre se muestran de tal forma que no dejan espacio para la desconfianza, hacen que la distancia parezca un absurdo, y en ellas el respeto se dice a través de todas las formas de las que no se dice en España. 

Tigre se va desangrando con la caída del sol a través de los cientos de arterias que reptan por sus entrañas y llevan a ninguna parte.
En Tigre, hay lugares llamados ninguna parte, y en ninguna parte hay bosques de narcisos y lirios que nacen del barro.

Tigre es el lugar donde cristalizan todas las metáforas sobre la comunicación humana, porque los vecinos viven en la orilla contraria del río y para llegar a ellos necesitas una canoa, fuerza para remar y ganar de mojarte.

La luna llena transforma Tigre, licántropo frustrado, en una ciénaga inofensiva que aísla los ya de por sí aislados hogares suspendidos sobre el suelo. Se lleva el atrezzo y el decorado y arranca el velo de la mirada para enfrentarte a la imagen de ti mismo reflejada en el agua: que todos somos islas, por dentro. Vivir en una sólo te hace armonizar fuera y dentro.

Tigre te hiere porque tiene uñas pero sin intención de herirte. Luego te lame las heridas con agua dulce. Porque salir de Tigre es buscar, en la oscuridad, un camino a tientas, sin ver el suelo pero con la certeza de que está ahí y te llevará de ninguna parte a quién sabe dónde.

Uno no puede ir a Tigre sin recordar a Thoureau y los versos de Whitman. Sin dejarse inundar por el puro éxtasis de la vida. Pero también se escucha a Baudelaire, que sugeriría que bajo la naturaleza que te abraza y el agua que refresca, hay una naturaleza con espinas, ángulos y arenas movedizas, y un agua que puede inundarte en cualquier momento.

Todas las civilizaciones han rendido culto o respeto al tigre, como animal sagrado que es, capaz de aunar la belleza y lo terrible hasta que nos parezcan indisociables.


Tigre me sigue reverberando a veces, como deja-vu metafórico, en esas díadas constantes entre el vivir buceando entre una amalgama de personas y personas y almas y personas (como en la superpoblada Buenos Aires), y seguir naufragando entre ellas porque vivo en una isla, cariño, si quieres llegar tienes que coger un tren, esperar una lancha que va surcando río arriba, entre los riachuelos o las venas de mi cuerpo, o ambos, para llegar a una isla o a lo más profundo de mi sangre, o a ambos, adentrarte por caminos que llevan a ninguna parte, revolcarte por las zarzas y llenarte mucho, mucho de barro. 
No es fácil, no es limpio, no es cómodo y no sé si merece la pena, pero la decisión es tuya. 

domingo, 1 de septiembre de 2013

Dinastía en Porto Alegre

Hace calor,
y suena la lluvia aunque casi no llueve,
y Porto Alegre está tan llena de algo que no sé si llamar vida,
o magia,
o abrir un libro y nombrarlo con la primera palabra que lea, como strife
o no llamarlo,

llena de algo que me atraviesa desde todos los ángulos diluyendo los límites de mi nombre,
que me desborda sin pedir permiso
y necesito escribir,
no para vaciarme sino para entender cuál de todas mis máscaras va a llevarse consigo el torrente que me atraviesa

Porto Alegre hoy tiene imágenes de pueblo castizo y luz de noviembre
pero podría tener imágenes y luz de cualquier otra cosa,
porque cada noche se transforma, se vuelve sobre sí misma y los hombres
y los que no son hombres porque nunca les enseñaron a serlo,
reptan de sus nichos, de sus nombres, de sus vidas,
se buscan desesperadamente y se arrancan la piel para ver lo que hay debajo,
se muestran las heridas y los acordes,
cuentan su historia de vida como si contaran un cuento ajeno,
sólo que no,
que les delata un brillo en la voz porque saben que contarle su historia a un extraño cada noche es la única forma de sobrevivir a la mañana siguiente

hay personas que se juegan la vida cada día,
en caminos donde se levanta el polvo de sueños que se quedaron a medias
se levantan las cenizas de civilizaciones perdidas a las que les dimos nombres ajenos para olvidar que sus historias fueron también las nuestras
se levantan los fantasmas del miedo, del espíritu seco y afilado que repta desde lo más profundo del estómago a la garganta y nunca se va sin recordarte que no hoy, pero aún mañana, puedes perder el nombre y el rostro y no encontrarte con tu cuerpo

y los hay que no se juegan sino el alma, cada noche, 
porque oyeron cantar are you willing to risk it all?
y alguien les dijo una vez que nada tiene un sentido inherente
sino que uno tiene que jugárselo todo,
que los riesgos a medias
las precauciones
el taxi, los recibos, el precinto de garantía
el tantear con el pie antes de dar el paso
el sólo confío en ti si te tengo la soga al cuello
el no me toques hasta que no sepa si de verdad me estás viendo cuando me tocas

que, en fin, la amalgama de porsiacasos
de balanzas
de cálculos riesgo-beneficio que mecaniza tu conciencia desde que tienes conciencia,
es algo que construye biografías pero no vidas

que la vida es una cuestión de fe
y que la fe se sostiene por muchas cosas pero no por pruebas ni garantías
-como todo lo que significa algo-
que siempre que te lo juegas todo te arriesgas a perderlo todo,
pero hay quien diría que para qué está el alma si no es para jugársela

y muchos rebatirían esa idea con razonamientos sensatos y lógica irrefutable
yo rebatiría esta idea con razonamientos sensatos y lógica irrefutable

pero déjenme decirles que existe una forma digna de jugarse la vida sin perderla
y no es a través de porsiacasos, sino a través de porquéno

déjenme decirles que hay espacios ambiguos
limítrofes
de la vida,
que escapan al dominio de la sensatez y de la lógica
donde reina algo que te atraviesa desde todos los ángulos y te desborda sin permiso
y que he aprendido a no ponerle nombre porque no puede tenerlo.


Como lo que reina hoy, en Porto Alegre