(El título es usurpado de otra voz
El resto de versos son
usurpados de otros silencios)
Una bandera clavada en tu cuerpo de mujer
Una bandera con el símbolo femenino
Lleva inscrito el canon que seguirá tu cuerpo, la amalgama de
medidas, gestos y formas utópicas que toda mujer es duramente entrenada para alcanzar
sabiendo que no llegará nunca
Si por azar el propio cuerpo se acerca a esa forma aleatoriamente señalada,
una gana el premio de ser mirada, tocada y compulsivamente pretendida
Si por azar el propio cuerpo no encaja remotamente con la forma bella, una
gana el privilegio de ser desterrada de la condición de mujer, o renegada al
subtipo de ‘mala mujer, poca mujer, mujer no deseada’.
Mi cuerpo de mujer es una tierra a conquistar sin ser parte natural del
paisaje
Mi condición de mujer está condenada bajo la bandera que se clava en la
carne
Y a veces, duele besar la bandera y respetar la forma de vida predefinida
que te designa como mujer
Pensarán que sucede que me canso de ser mujer.
No me canso de ser mujer.
Sucede que me canso de ser vuestra mujer. De recibir en la piel el asta de
esa bandera marcando mi cuerpo bonito de mujer, bonito bajo ciertas condiciones
que no son mías y que por mucho que afirméis tampoco son vuestras. Sucede que
me canso de deberle obediencia a leyes ajenas.
Sucede que me canso de ver a las mujeres más bonitas del mundo, con luz en
los ojos y una sonrisa en el gesto y la fuerza de la vida en cada poro de su
piel; siendo desterradas de una condición a la que pertenecen con más fuerza
que aquellas que quisieron pertenecer.
Sucede que si quiero ser mujer, sólo puedo serlo bajo ciertas condiciones.
Sucede que si no quiero ser mujer, estoy violando las reglas sagradas de
tener un cuerpo de mujer y no utilizarlo como debe ser utilizado.
Sucede que si no maximizo mis encantos femeninos, maquillo mi rostro
perfecto, realzo con prótesis mis senos perfectos, arranco el vello de toda la
extensión de mi perfecta piel, estoy en lo erróneo. O, peor, en la incompetencia de no saber vender la mercancía.
Sucede la dinámica legitimada de compra-venta de mi cuerpo en que las personas que me atraviesan son estrictamente catalogadas por sexo colocándome en el papel de
competidora o seductora que se espera de mí,
y la sonrisa no es sonreír al otro, sino el gesto que configura en mi
cara y mi cuerpo el poder que manejo como mujer,
y no ser encantadora, atractiva, bella, fascinante y luminosa, sino
realizar toda una mecánica y concatenada serie de actos, frases hechas,
necesidades al viento y guiños cómplices que consigan convencer de que lo soy y
de mi maestría en las reglas de este juego de poderes.
Yo seduzco, tú eres seducido. Y sin embargo tú conquistas, yo soy
conquistada.
Así lo aclama la bandera que llevo en mi cuerpo de mujer.
No hay espacio para otros roles y sucede que me canso de que no haya espacio
para otras formas de tocar.
Sucede que me asfixia ese minúsculo milimétrico espacio que alberga las
formas posibles y necesarias en las que una puede ser mujer de verdad y hacerse
mujer de verdad.
Sucede que quiero gritar: ‘Mírame, soy mujer’ sabiendo que nunca
reconoceríais el grito como un grito de mujer, y enarbolar la bandera que me
sigue a donde vaya y que nunca reconocerías como bandera de mujer porque no es
una bandera femenina pulcra depilada recatada coherente tímida seductora y delicada,
sino la bandera de Mujer que puede contener todo lo anterior sin intención
ninguna de contenerlo para contentaros.
Mi bandera lleva escrita ‘mírame, soy mujer’
(quizás es sólo que ondea
en dominios que no sabéis leer)