miércoles, 23 de abril de 2014

O ninguém


Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
(…)
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
(Eduardo Galeano)

No sé si alguna te has detenido en medio de la ciudad.
A sentir todo tu cuerpo bajo la corriente avasalladora que te empuja a caminar hacia cualquier lado.
A detenerte y ver todo lo que no puede verse cuando uno está inmerso en una marea de gentes y en el movimiento que nunca para.
Si te detienes y te dejas ver, los ves.
A los nadie.
Que siempre están ahí, poblando la ciudad pero nunca se ven.
Detenidos en algún punto, como si sólo se revelaran a la vista cuando uno se detiene con ellos.

Passa. Só olha e passa.
  

La cuidad retuerce sus calles sobre sí mismas en un vórtice que inyecta en las gentes la prisa constante, y estructura sus vidas en trayectorias circulares de filas ordenadas.

A las gentes, les hace lo que le hizo a París la modernidad.
A los nadie, los devora.

No hay espacio para los nadie en las amplísimas rúas de la ciudad,
porque el imperativo del movimiento constante que recae sobre las gentes,
el errante transitar,
choca con el estar de los nadie,
errante detenido.

Aún así, quizás no podrían existir gentes si no hubiese nadies que,
con su no-estar, le diesen sentido y fuerza a ese férreo e inquisitorio estar de las gentes.

No hay espacio para los nadie porque las raíces profundas de la civilización se arraigan al avanzar y no parar, al que uno muere cuando se detiene.
Así, uno aprende a atravesar una calle pero no a detenerse en ella, a traspasar cuerpos pero no a pararse a sentirlos.
No sé qué queremos hacer del mundo (o qué queremos que el mundo haga de nosotros) cuando hemos construido una forma de vida sacralizando la transición, donde atraversamos personas y cuerpos y gentes y, especialmente, nadies, sin sentir el golpe.

En las rúas, los coches no se detienen y hay nadies que se juegan la vida en arrojarse ante ellos.
Haber sido siempre gente es haber asumido como natural el atravesar las calles y (en contra de lo que se proclama) el traspasar personas.

Las heridas de la vida no son excusa para abandonar aquello en lo que vale la pena tener feSi acaso, lo recuerdan.
Aquí, los nadie tienen más heridas que piel y siguen entregándose a la vida. Creyendo en ella.
Aquí, yo he abandonado mi fe en dejarse marcar por las personas, en adorar las pieles y las subpieles, y ellos me están enseñando el valor de las marcas.

Los nadies lo llaman amar, pero las gentes tenemos miedo de hablar de ello.

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