lunes, 18 de agosto de 2014

Bandera de mujer (Mírame, soy mujer)

(El título es usurpado de otra voz
El resto de versos son usurpados de otros silencios)

Una bandera clavada en tu cuerpo de mujer
Una bandera con el símbolo femenino
Lleva inscrito el canon que seguirá tu cuerpo, la amalgama de medidas, gestos y formas utópicas que toda mujer es duramente entrenada para alcanzar sabiendo que no llegará nunca
Si por azar el propio cuerpo se acerca a esa forma aleatoriamente señalada, una gana el premio de ser mirada, tocada y compulsivamente pretendida
Si por azar el propio cuerpo no encaja remotamente con la forma bella, una gana el privilegio de ser desterrada de la condición de mujer, o renegada al subtipo de ‘mala mujer, poca mujer, mujer no deseada’.

Mi cuerpo de mujer es una tierra a conquistar sin ser parte natural del paisaje
Mi condición de mujer está condenada bajo la bandera que se clava en la carne
Y a veces, duele besar la bandera y respetar la forma de vida predefinida que te designa como mujer

Pensarán que sucede que me canso de ser mujer.
No me canso de ser mujer.
Sucede que me canso de ser vuestra mujer. De recibir en la piel el asta de esa bandera marcando mi cuerpo bonito de mujer, bonito bajo ciertas condiciones que no son mías y que por mucho que afirméis tampoco son vuestras. Sucede que me canso de deberle obediencia a leyes ajenas.

Sucede que me canso de ver a las mujeres más bonitas del mundo, con luz en los ojos y una sonrisa en el gesto y la fuerza de la vida en cada poro de su piel; siendo desterradas de una condición a la que pertenecen con más fuerza que aquellas que quisieron pertenecer.

Sucede que si quiero ser mujer, sólo puedo serlo bajo ciertas condiciones.
Sucede que si no quiero ser mujer, estoy violando las reglas sagradas de tener un cuerpo de mujer y no utilizarlo como debe ser utilizado.
Sucede que si no maximizo mis encantos femeninos, maquillo mi rostro perfecto, realzo con prótesis mis senos perfectos, arranco el vello de toda la extensión de mi perfecta piel, estoy en lo erróneo. O, peor, en la incompetencia de no saber vender la mercancía. 
Sucede la dinámica legitimada de compra-venta de mi cuerpo en que las personas que me atraviesan son estrictamente catalogadas por sexo colocándome en el papel de competidora o seductora que se espera de mí,
y la sonrisa no es sonreír al otro, sino el gesto que configura en mi cara y mi cuerpo el poder que manejo como mujer,
y no ser encantadora, atractiva, bella, fascinante y luminosa, sino realizar toda una mecánica y concatenada serie de actos, frases hechas, necesidades al viento y guiños cómplices que consigan convencer de que lo soy y de mi maestría en las reglas de este juego de poderes.
Yo seduzco, tú eres seducido. Y sin embargo tú conquistas, yo soy conquistada.
Así lo aclama la bandera que llevo en mi cuerpo de mujer.
No hay espacio para otros roles y sucede que me canso de que no haya espacio para otras formas de tocar.

Sucede que me asfixia ese minúsculo milimétrico espacio que alberga las formas posibles y necesarias en las que una puede ser mujer de verdad y hacerse mujer de verdad.
Sucede que quiero gritar: ‘Mírame, soy mujer’ sabiendo que nunca reconoceríais el grito como un grito de mujer, y enarbolar la bandera que me sigue a donde vaya y que nunca reconocerías como bandera de mujer porque no es una bandera femenina pulcra depilada recatada coherente tímida seductora y delicada, sino la bandera de Mujer que puede contener todo lo anterior sin intención ninguna de contenerlo para contentaros.

Mi bandera lleva escrita ‘mírame, soy mujer’
(quizás es sólo que ondea en dominios que no sabéis leer)

miércoles, 23 de abril de 2014

O ninguém


Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
(…)
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
(Eduardo Galeano)

No sé si alguna te has detenido en medio de la ciudad.
A sentir todo tu cuerpo bajo la corriente avasalladora que te empuja a caminar hacia cualquier lado.
A detenerte y ver todo lo que no puede verse cuando uno está inmerso en una marea de gentes y en el movimiento que nunca para.
Si te detienes y te dejas ver, los ves.
A los nadie.
Que siempre están ahí, poblando la ciudad pero nunca se ven.
Detenidos en algún punto, como si sólo se revelaran a la vista cuando uno se detiene con ellos.

Passa. Só olha e passa.
  

La cuidad retuerce sus calles sobre sí mismas en un vórtice que inyecta en las gentes la prisa constante, y estructura sus vidas en trayectorias circulares de filas ordenadas.

A las gentes, les hace lo que le hizo a París la modernidad.
A los nadie, los devora.

No hay espacio para los nadie en las amplísimas rúas de la ciudad,
porque el imperativo del movimiento constante que recae sobre las gentes,
el errante transitar,
choca con el estar de los nadie,
errante detenido.

Aún así, quizás no podrían existir gentes si no hubiese nadies que,
con su no-estar, le diesen sentido y fuerza a ese férreo e inquisitorio estar de las gentes.

No hay espacio para los nadie porque las raíces profundas de la civilización se arraigan al avanzar y no parar, al que uno muere cuando se detiene.
Así, uno aprende a atravesar una calle pero no a detenerse en ella, a traspasar cuerpos pero no a pararse a sentirlos.
No sé qué queremos hacer del mundo (o qué queremos que el mundo haga de nosotros) cuando hemos construido una forma de vida sacralizando la transición, donde atraversamos personas y cuerpos y gentes y, especialmente, nadies, sin sentir el golpe.

En las rúas, los coches no se detienen y hay nadies que se juegan la vida en arrojarse ante ellos.
Haber sido siempre gente es haber asumido como natural el atravesar las calles y (en contra de lo que se proclama) el traspasar personas.

Las heridas de la vida no son excusa para abandonar aquello en lo que vale la pena tener feSi acaso, lo recuerdan.
Aquí, los nadie tienen más heridas que piel y siguen entregándose a la vida. Creyendo en ella.
Aquí, yo he abandonado mi fe en dejarse marcar por las personas, en adorar las pieles y las subpieles, y ellos me están enseñando el valor de las marcas.

Los nadies lo llaman amar, pero las gentes tenemos miedo de hablar de ello.